No había nada extraño en la situación.
No había.
No hay nada extraño en todo esto.
Lo estoy dejando entrar. Lo invité a tomar un café. Antes habíamos hablado, bueno quizás yo había hablado un poco más que él. No me atrajo. No lo hacía aún cuando estabamos muy cerca. Petiso. Pero ese no era el problema porque no tengo ningún problema con los petisos. Por ahí fueron los temas de conversación, era evidente que no nos interesaba lo mismo, los pocos que encontramos los explotamos de tal manera que se volvían insostenibles. Me pide que lo bese, que nos besemos. Me siento fuera de lugar, es mi casa, mi café, mis sillas, mi decisión, pero me sentía desubicada. Como un punto fuera de la línea. Mi cuerpo pedía, hace un par de semanas pedía contacto, la cama se había vuelto enorme. Pero llegada la situación, la posibilidad se hizo carne, en un cuerpo breve y ya no era tanta la urgencia. Y no dejé pasar la oportunidad.
Nos besamos.
No le ofrecí llegar a la cama enorme, nos quedamos en el sillón. No hay posibilidad, no encuentro la sustancia. Mi cerebro pide respeto, me dice que debo respetar al cuerpo por la cabeza. De cualquier manera sigo, debo comprobar que mi mente no es todo. Pero no hay forma. Igual llegado el sueño él se duerme, yo no, como siempre. Se olvida su mano en la mía, y eso empieza a pesar. ¿Qué pasa? Esto me gusta, me está gustando. Hay algo lindo en esto, en ese pequeño acto de afecto y de descuido, sé que no significa nada o sí, pero no me importa. Me quedo así, exactamente, tranquila y sonrío, se me empiezan a cerrar lentamente los ojos. Ahora mejor no pensar en todo lo que va a pasar cuando esa mano se levante, cuando tenga que disimular que duermo para que termine de vestirse, dedo por dedo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

aunque misteriosa mi identidad, no vas a tardar en descubrirla.
Me encanta todo lotengoenlapuntadelalengua pero tenía que emitir mi opinión en este segmento, porque estoy 100% de acuerdo con lo del optimismo.

La que olvidó cómo dijo...

¡Estoy tardando demasiado!