Esa sensación que te da dos segundos antes, un segundo antes, de que las cosas te desilusionen. Esa vacía sensación, de existir inútilmente, de actuar sin un sentido claro, de vivir para no. Para no poder sentir completamente, para no querer del todo. Un resultado estúpido en el actuar reincidente, en la cotidiana porquería de la relación. Y finalmente él tiene la razón, él que no entiende el aspecto práctico de la vida, él que secretamente sabe que pierde todo en el afán de relacionarse con el mundo. Conoce, sabe, palpa que es mejor estar solo. Pero no puede, y en eso reside su fracaso. En ese pequeño detalle de la ecuación que a mí no me falta.